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Del preguntar: Recordando a Emily Dickinson

Actualizado: 30 ene



Emily Dickinson con 16 años, tomada en el seminario de Mount Holyoke entre diciembre de 1846 y principios de 1847. Es la única imagen autentificada de la poeta. Siempre será la mujer adolescente icónica.


Trozo de un sobre que Emily utilizó para anotar el principio de un poema que después en las noches trabajaba.


Esta colección de pedazos de papel, sobres, sobrantes de periódicos fueron encontrados recientemente en un baúl de un desván en una casa de Massachusetts y nos enseñan que ella no solo hacía poesía con las palabras, sino con las formas, siendo este el testimonio de que ella creaba, en todo. Su poesía también es arte objeto.


Cada día en cada sesión de trabajo donde me encuentro con alguien en busca de respuestas, siempre les recuerdo, no son las respuestas, son las preguntas las que cuentan. Pregunten, cuestionen todo, aprendan a cuestionar sus emociones, sin buscar una respuesta, simplemente viendo de frente ese miedo que llevamos en la boca de nuestro estómago, y decirle ¿Qué quieres miedo? ¿Hay algo que quieras decirme? Porque preguntar es el acto que nos hace humanos. Al preguntar, y no obtener respuestas, al menos no respuestas definitivas, no Las Respuestas, nosotros, seres humanos del tiempo y el espacio, de la carne y los anhelos, aprendemos a sabernos ciertamente humanos. No me canso de recordarles, si algo nos define, es la vulnerabilidad total, de alcances metafísicos, que implica ser humano. Permitirnos vivir sin buscar huir de esa vulnerabilidad, llevando con nosotros ese miedo metafísico que implica vivir, sin saber quiénes somos, por qué somos, cómo es que somos, de dónde llegamos, si vamos hacia algún lado, es el acto de rebeldía sagrada que hace de nosotros, la más humilde de las vidas, digna de ser conocida, reconocida y valorada. Somos el vehículo de lo sagrado, porque desde el no saber, somos y buscamos respuestas. Cada vida es un arco marcado por el no saber. Desde ese no saber es que aceptándolo nos constituimos en algo nuevo y espléndido, una colección de vislumbres, de atisbos que le robamos al misterio.

Por eso es que aprender a vivir en consciencia, implica darnos cuenta de que somos los que no sabemos y lo cuestionamos todo. Aprender es hacernos conscientes. ¿Cómo es que una mujer en la cotidianidad patriarcal del Amherst Massachusetts del 1860, mientras hacía el pan diario que consumían en su casa por decreto de su padre, se abría en lo interior a preguntar, intuyendo respuestas que anotaba en los pequeños trozos de papel que guardaba de cualquier sobrante del utilizado en su casa, y en el silencio de madrugadas también robadas a su tiempo de hija a la que su padre le definía una vida y sus quehaceres, escribía esas preguntas convertidas en poesía? ¿Hay algún acto de rebeldía, de creación más alto, que querer saber, decirle no al destino del no saber, haciendo de ello, sentido y dignidad?


Aprender es bajar y pisar la tierra día a día, en pasos marcados por el tiempo, huellas dejadas que serán borradas, irremediablemente somos hojas barridas por el viento. Cada vida que pasa, y guarda en su interior su propia colección de vislumbres, de descubrimientos, se lleva con ello algo insustituible, algo único, algo que deberíamos preservar. La colección de sus propios saberes, de sus propias certidumbres, una única cara de lo humano que no será sustituible nunca. Por eso, preguntar y “anotar” en actos de creación y rebeldía las respuestas que obtenemos (aprender) es un deber hacia la preservación de lo humano. Siempre digo, que lo que aprendimos, la exploración que hicimos en nuestro propio viaje, lo donemos a un fideicomiso que guarda la riqueza de lo humano. Que en el sinsentido que a veces parece nuestro diario vivir, nuestras pérdidas, la injusticia que nos rodea como una sombra que sentimos mata cualquier forma de primavera, justo ahí, hagamos lo que Emily Dickinson hacía, robemos tiempo al tiempo del sinsentido y anotemos nuestras respuestas, y doblemos ese papelito, y entreguémoslo al Fideicomiso de lo humano. Eso es lo único que podemos hacer. Hay quienes encuentran respuestas que son dignas de páginas completas y se guardarán en la Biblioteca de lo Humano, libros, colecciones, otros, solo escribimos esas pequeñas notas en pedacitos humildes de papel entre los quehaceres de nuestro día. Pero cada una de ellas, cuenta, es única y valiosa. Cada respuesta, que nació de un preguntar, de la esperanza del preguntar, vale y es irrepetible y suma al valor de lo que somos, no en lo particular sino como intento, el intento de lo humano.


Carmen Mariscal


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